16/3/10


Del 19.03.10 al 09.05.10

Tokio, antigua Edo. 12’3 millones de habitantes, 14’7 de día, cuando las personas de otras ciudades vecinas vienen a trabajar o a estudiar. La mayor economía en una ciudad en el mundo, con un producto interior bruto de 1315 billones de dólares. Segunda potencia económica mundial y principal centro financiero de Asia. Enclave budista y cuna del teatro kabuki, Japón es, también, artífice del toyotismo, revolución en la producción que fue pilar esencial en el sistema industrial japonés y que, desplazando al capitalismo fordista de la producción en cadena, cree a pies juntillas en el trabajo flexible, el aumento de la productividad a través de la gestión y organización, y en el modelo Just in time representado por las cinco ‘S’: Seiri (organización), Siton (orden), Seiso (limpieza), Seiketsu (pulcritud) y Shukan (rigor).

En Identidades, Laura Irizabal (Santander, 1982) recoge el fruto de un Viaje al País del Sol Naciente. Investiga, a través de la fotografía, en la identidad colectiva e individual de un Tokio en el que conviven el capitalismo consumista desenfrenado y el folklore, la tradición y el pasado histórico. El estudio de la identidad es una temática que la artista ya exploró en Identidades cromáticas (2008), una serie de pinturas y fotografías con carácter de autorretrato. 2500 disparos de su cámara alumbraron las piezas que se presentan en Identidades. Así, el espectador puede espiar masas de ejecutivos que cruzan las calles con un estricto orden. Los mismos, tan parecidos y tan individuales, que se reapropian del espacio público por necesidades laborales, durmiendo y comiendo, viviendo a menudo fuera del hogar, siempre cerca del trabajo. Lejos de generar relaciones accidentales, la vida en la urbe nipona pone de manifiesto el individualismo: las escenas se componen de elementos humanos absolutamente independientes, aislados, encerrados en sí mismos. Los carteles de neón que pueblan las calles a la sombra de los rascacielos explicitan la apoteosis del consumismo. En los parques, que recogen cultos milenarios, se puede vislumbrar un fondo metropolitano inyectado de estrés. Las calles hierven de contrastes entre las antiguas generaciones, ataviadas con kimonos, y las nuevas, ya sean minimalistas pop u otakus locos por el manga.

La exposición se completa con un vídeo en el que la radical alteridad de las culturas permite disfrutar al espectador mediterráneo de una concepción diferente de la comida, tan postfordista como japonesa. Una especie de mantra acompaña a unos comensales situados ‘de cara a la pared’ en cubículos muy semejantes a su lugar en la oficina. Así es Tokio, antigua Edo.

Texto: Patricia Manrique